De turista a preso: la historia de un extranjero en una estación de migración

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Jhon es un profesionista colombiano que por un descuido pasó ocho días en la estación migratoria de Acayucan, Veracruz, en 2016, donde vivió la realidad de las y los migrantes que llegan a este lugar al que no puede describir más que como una prisión

Meses después de su llegada a nuestro país, Jhon, quien es fotógrafo y productor audiovisual, encontró trabajo en una agencia de publicidad en la Ciudad de México. Ya había iniciado el proceso para poder trabajar legalmente, pero los seis meses que se le permite a los extranjeros estar en el territorio mexicano como turistas habían vencido.  

Era Semana Santa y el colombiano aprovechó para visitar el sur de México. Viajó hacia Chiapas desconociendo las condiciones políticas y migratorias que enfrenta el estado sureño. Se fue sin miedo, con su equipo de fotografía en la maleta y una aventura por delante.

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El viaje transcurrió sin contratiempos, hasta que una noche Jhon tomó un autobús de regreso a la Ciudad de México. Ahí es cuando empezó una experiencia que cambiaría su vida.

“En algún momento me desperté, vi que el camión estaba parado y que venía una persona por todo el pasillo. Cuando llegó a la altura de mi puesto se detuvo y me preguntó ¿de dónde vienes?”, nos contó.

Jhon es alto, mulato, de cabello chino ensortijado y tiene un marcado acento colombiano. Se distingue fácilmente de otras personas. Esto también lo vio el oficial de migración que lo interrogó en el autobús.

“Yo calculo que eran más de las tres o cuatro de la madrugada. Traía mi documentación en el maletero del camión. El oficial me dijo ‘bájate, saca tus papeles y nos los enseñas’. Ahí fue cuando vieron que mi pasaporte no tenía el sello de salida y que llevaba más tiempo en México”, detalló.

De camino a la estación de Acayucan

“Yo soy consciente de que eso fue culpa mía. Mi gran error fue pensar que podía moverme por el país sin ningún problema”, reconoció el fotógrafo y relató que sin decirle ni una palabra, los agentes de migración retuvieron sus documentos, le quitaron el teléfono celular y lo apagaron, le quitaron su maleta, lo subieron en la parte trasera de una camioneta y avanzaron en medio de la oscuridad de la carretera.

Estando solo en la camioneta, Jhon usó su smartwatch para encender su celular y hacer una llamada de 30 segundos a un amigo en la Ciudad de México, le explicó la situación y le dijo que no sabía a dónde lo estaban llevando. 

Probablemente eso ayudó a que el fotógrafo solo pasara ocho días en la estación y no dos meses como estimaron las autoridades migratorias, ya que al amanecer se enteraría que dentro de la estación hay días designados para hacer llamadas. A los latinoamericanos les toca el domingo… ese día era lunes.

La estación migratoria de Acayucan

Los oficiales de migración metieron a Jhon a una celda que olía mal donde había otras ocho o 10 personas. Le hicieron abrir y revisar su maleta, que guardó en un casillero, firmó documentos y con una bolsita que contenía artículos de higiene personal como cepillo de dientes y papel de baño, le hicieron pasar a un patio grande donde no había nadie. Estaba amaneciendo y el frío era intenso.

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A las siete de la mañana, las puertas de las celdas se abrieron y alrededor de 300 personas de todos tipos y nacionalidades se congregaron en el patio, nos explicó. La estación de Acayucan puede albergar hasta 836 personas.

Ese fue uno de los momentos en los que más asustado me sentí. Porque empezó a salir todo mundo. De un momento a otro entran 300 personas que no sabes quiénes son, que ya se conocen, que salen haciendo bromas, gritando o enojados. Me vi en una situación que no había vivido”, nos explicó.

Jhon se levantó y se situó junto a uno de los guardias que cuidan el recinto, en parte para obtener información y para sentirse menos amenazado por el ambiente. Logró después de insistir que le dejaran usar el teléfono aunque no fuera el día permitido para él. Gracias a esto personas de su trabajo, su familia, amigos que trabajaban en temas relacionados con derechos humanos le ayudaron.

Jhon pudo recibir llamadas, se aceleró el proceso y ocho días después fue escoltado por un oficial de migración a un aeropuerto donde abordó un avión que lo llevó al de la Ciudad de México, luego acompañado por otro agente voló hasta Bogotá, Colombia. En todo el proceso los agentes retuvieron su pasaporte hasta llegar a la oficina de migración del aeropuerto colombiano donde el agente le puso un sello a su pasaporte y le dijo “bienvenido a tu país”.

La historia de Jhon es una excepción

Dentro de la estación migratoria de Acayucan, Jhon escuchó toda clase de historias. “Una más loca que la otra”, nos dijo. 

“Siento que ellos (la gente de migración) entendieron mi situación y le dieron solución de manera sencilla. Yo conocí toda cantidad de historias que digo ‘¿y esta gente cómo van a hacer?’. Había chavos que llevaban cuatro meses pidiendo asilo político, habían delincuentes y víctimas que los habían agarrado en situaciones sospechosas y los dos estaban ahí”, resaltó.

Jhon nos dijo que muchas personas llevaban meses sin ninguna respuesta, algunos incluso perdieron seres queridos ahí dentro, otros pertenecían a grupos criminales como la Mara Salvatrucha organización internacional de pandillas criminales-, habían también mexicanos y turistas. Todos bajo las mismas condiciones.

“La manera que la gente termina en esas situaciones es muy diferente. Yo la libré muy fácil”, aceptó Jhon con un sentimiento casi de alivio. 

El trato que recibió Jhon por parte de las autoridades migratorias no fue hostil, sin embargo sabe que estuvo en una cárcel sin haber cometido un delito.

“En la cárcel, la persona de recursos humanos a quien le cuentas tu caso me dijo ‘nosotros estamos tratando de solucionar esto, pero básicamente tú vas a poder salir de aquí, te vamos a conseguir un vuelo a Colombia, vas a poder dar media vuelta, comprar un pasaje y volver a entrar a México, porque tú no estás cometiendo un crimen”.

“Si yo no estoy cometiendo un crimen, el trato debería ser totalmente diferente, por lo menos que haya una manera en la que no se violen mis derechos”, acusó Jhon.

Y tiene toda la razón: la migración no es un crimen. Es momento de entender que como país no estamos haciendo lo suficiente.

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