Lejos de retratar la realidad, las narcoseries son contenidos que estilizan y disimulan las condiciones de miles de personas que trabajan para el narcotráfico y los efectos negativos que tienen en las comunidades afectadas por la violencia que genera: desapariciones y desplazamientos forzados, tortura, asesinatos, secuestros, entre otros.
En el primer episodio de la serie La Reina del Sur, creada por Roberto Stopello, Teresa Mendoza -interpretada por la actriz Kate del Castillo- se entera de la muerte de su pareja El Guéro Dávila (Rafael Amaya), personaje basado en el narcotraficante sinaloense Héctor Luis Salazar, El Güero Palma, y huye de su casa tomando solo una fotografía y dinero.
En el siguiente episodio, Teresa se encuentra con el mafioso Epifanio Vargas, protagonizado por el actor Humberto Zurita. El personaje de Kate del Castillo usa solamente una camisa beige talla extra grande y tacones durante el encuentro. Está perfectamente en forma y hasta bronceada.
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¿Habrán sido reales estos detalles dentro de la historia o son un anzuelo para la audiencia? ¿Una mujer que huye de sicarios se escaparía en tacones o sólo sirve para mostrarnos la estética de la protagonista? ¿Eran tan guapos y guapas los protagonistas de esta narrativa criminal? Nada de esto parece creíble, pero le sirve a los productores de la serie para hacerla rentable.
Este es uno de los problemas con las narcoseries, contenidos que sus productores justifican su existencia con el argumento de estar haciendo un reflejo de la realidad, pero si mostraran fielmente lo que sucede en el mundo del narco donde la violencia, la muerte, las masacres, la tortura y la descomposición social tienen consecuencia reales en la vida de las familias, no serían un producto comercial, nos dijo la socióloga y abogada Elvira Cedillo.
Incluso los protagonistas de estas series no entran dentro del fenotipo general del mexicano ni de lo que vemos en las fotografías reales de los miembros del crimen organizado, sino que están blanqueados y embellecidos, nos dijo la especialista.
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“El problema es que cuando afirman esto, que ellos están haciendo un reflejo de la realidad, lo hacen con base en estereotipos hipersexualizados, hiperviolentos, pero no proyectan esa realidad que defienden tanto, porque no plasman los costos humanos que la corrupción y el narcotráfico tienen en México”, nos dijo la especialista.
Este tipo de series que reflejan parcialmente la realidad con actores y actrices dentro de la estética aceptable hegemónicamente, también están reproduciendo conductas y patrones que no necesariamente son los que acontecen en la vida real, nos explicó la entrevistada.
“Lo que no pasan, por ejemplo, es que hay niños y adolescentes que están siendo coptados por el narcotráfico de manera forzada en algunas zonas como en la sierra occidental y oriental en México, que reciben un entrenamiento casi de tipo de tortura para ser parte de estos grupos de sicarios”, nos dijo la socióloga.
Todos los consumos alrededor del narco tienen un costo humano muy alto que difícilmente sería mercantilizable en una serie de mostrarse de manera real. Se tienen que estetizar esos productos, hacerlos más atractivos, detalló Elvira Cedillo.
Estos contenidos tienen un impacto en el imaginario de la población que se ve mayormente influenciada por las operaciones del narcotráfico en sus estados, nos dijo Adela Cedillo, historiadora, profesora e investigadora de la Universidad de Houston.
“Es indudable que las llamadas narcoseries tienen un impacto social en la medida en que normalizan el fenómeno de la economía criminal y suelen presentar a los narcotraficantes con características que pueden resultar atractivas especialmente a un público juvenil”, especificó.
Entre estas características podemos ver el desafío a la autoridad, la movilidad social instantánea, el lujo, el poder y la posibilidad de tener una o múltiples parejas, todo ello de forma fácil, casi sin esfuerzo, detalló.
La influencia de las narcoseries necesita otros elementos para reclutar a jóvenes
La historiadora Adela Cedillo nos explicó que es arriesgado asumir que los jóvenes, por mero aspiracionismo, se van a enganchar mecánicamente en ese tipo de actividades solamente por consumir productos que tratan o enaltecen la vida de los narcotraficantes.
“Ahí lo que más cuenta es el contexto comunitario y local en el que se encuentren. Este es, en última instancia, el que les facilita o les impide unirse al crimen organizado. Es más probable cuando hay familiares, amigos, vecinos, compañeros de escuela o de trabajo que ya están involucrados en el negocio y eso pasa en todas las clases sociales”, nos dijo la historiadora.
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Además resaltó que uno de los problemas es que solo a las personas pobres o en condiciones de marginalidad se les estigmatiza porque tienen una fuerte necesidad económica. Sin embargo, en la realidad alguien pobre no sube instantáneamente en la jerarquía del crimen organizado, eso es una especie de ilusión.
“La élite de estos grupos criminales viene de relaciones de parentesco y políticas que tienen décadas de existir, eso es muy claro en lugares como Sonora, Chihuahua, Sinaloa, Durango, Guerrero, Jalisco y Tamaulipas, por citar los más emblemáticos”, nos dijo Adela Cedillo.
El problema con las series no es que favorezcan el reclutamiento sino que generan un contexto generalizado de normalización y hasta aceptación social hacia ese tipo de actividades, finalizó la entrevistada.
Las narcoseries pueden no ser el único problema por el que la juventud mexicana vea al narcotráfico como una posibilidad de superar sus propias condiciones económicas, pero la forma en la que han sido presentadas responde más a los intereses comerciales de las productoras que a la representación de la situación de violencia que el narcotráfico ha causado en nuestro país.
