La violencia en México no solo está normalizada, sino que se ha vuelto aspiracional

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Karla, originaria de Chilpancingo, Guerrero, era una estudiante de psicología de la Universidad del Valle de Puebla cuando a mitad de la carrera tuvo que volver a su ciudad natal porque uno de sus primos desapareció.

El día que su primo -quien estudiaba Derecho- desapareció, él y cuatro de sus amigos estaban en una fiesta en Chilpancingo y decidieron ir a la tienda. En el camino fueron interceptados por miembros del crimen organizado y nunca más los volvieron a ver.

Las investigaciones que se realizaron, cuenta ella, nunca dieron indicios de que cuatro de los cinco jóvenes, incluyendo al primo de Karla, tuvieran una vinculación con actividades ilegales

Karla y su familia llegaron a la conclusión de que su primo fue un víctima colateral, pues los miembros del grupo criminal buscaban específicamente sólo a uno de los cinco muchachos.

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“La Fiscalía (estatal) fue un asco, la verdad, se investigó su celular (el del primo) y todo. Parecía todo estar normal (…) fue muy complicado para todas las familias de estos chicos” y este es un caso, como muchos otros, de cómo la gente desaparece en México, nos explicó Karla.

A partir de esta tragedia familiar, Karla realizó una tesis de licenciatura en la que concluyó que desde la infancia existe una normalización de la violencia en comunidades que son asediadas por el crimen donde, como nos explicó la socióloga Elvira Cedillo, las personas tienen que generar mecanismos de adaptación para poder sobrevivir.

La también académica de la Universidad Nacional Autónoma de México señaló que tenemos introyectada la raíz de la violencia desde las relaciones personales y familiares.

“La violencia está afectando a los individuos y cambia su dinámica. Éstos forman estrategias adaptativas”, nos dijo la especialista quien además, adjudicó una parte del problema al sistema patriarcal que predomina en México y “que tiene una vertiente intrínsecamente violenta”.

“Es decir, en el patriarcado, las personas ejercen violencia no solamente en el hogar, sino en todas su relaciones de vida”, afirmó, y esto permea en sus conductas sociales en diferentes ámbitos, incluído el laboral.

“La verdad es que sí fueron muchísimas lágrimas”

Antes de explicarnos el tema de su tesis, Karla confesó “la verdad es que si fueran muchísimas lágrimas, mucho miedo”.

La estudiante de psicología implementó un instrumento de investigación para conocer el impacto que tiene la violencia comunitaria en la infancia.

Para este motivo eligió una de las escuelas primarias en las que se presentaba un alto índice de deserción escolar, la escuela Profesor Aaron M. Flores, en la colonia CNOP en el oriente de Chilpancingo, que también es una de las más peligrosas de la zona.

La tesis titulada Percepción de la Violencia Comunitaria de Alumnos de Sexto Grado de la Escuela Primaria Profesor Aaron M. Flores de la ciudad de Chilpancingo, Guerrero, explora la postura de los y las estudiantes ante la exposición directa e indirecta a sucesos violentos en su vida cotidiana.

El cuestionario que se aplicó al alumnado de sexto grado está dividido en tres secciones. La primera indaga sobre la “exposición indirecta a eventos leves violentos”, con preguntas como “vi que golpearon a alguien en la calle”, “vi que molestaban a alguien en la calle”, “vi que discutían en la calle”, explicó Karla. 

La segunda sección cuestiona sobre “eventos indirectos a eventos fuertes”, con reactivos como “vi que acuchillaban a alguien”, “vi qué atacaban con arma de fuego a alguien”,  “vi que había una balacera”, “vi que robaban una casa”.

Y la tercera es “exposición directa a eventos más fuertes” con preguntas como “participé en una pelea callejera”, “me golpearon con un objeto”.

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“Casi el 80% de los niños me dijeron que habían estado envueltos en una situación fuerte, muchos de ellos me dijeron que estaban muy cerca de drogas. Muchos ya no quieren estudiar porque el hermano ya es “halcón (personas que forman parte del crimen organizado para alertar sobre la presencia de alguna autoridad)”, entonces él ya tiene como “un trabajo”, comentó Karla.

Karla concluyó en su investigación que lo más preocupante es que la violencia estatal está tan normalizada, que incluso ya no existen aspiraciones en los y las niñas por estudiar, “que los chicos lo vieran (al crimen) como un objetivo de vida. Eso es lo más importante, porque realmente no tiene ninguna duda de que ellos quieren estar dentro del crimen organizado para ganarse la vida “fácil”.

“Es mi gente, no se preocupe, ya sé quiénes son pero no salga en 20 minutos” 

Desde el comienzo, el trabajo de campo de Karla fue un reto. La mayoría de los y las estudiantes de esta escuela tienen familiares involucrados en el crimen organizado y a Karla no le permitieron tomar fotografías, videos e incluso decir que pretendía entrevistar al alumnado.

El día que ella recolectaba los cuestionarios, recuerda que se escucharon detonaciones de armas de fuego mezcladas con juegos pirotécnicos de una fiesta local. 

“Y me dijeron (los niños) ‘oiga maestra, ¡no se vaya a ir, eh! No se vaya, espérese unos 20 minutos. No se preocupe’. Y uno de los niños me dijo ‘es mi gente, no se preocupe, ya sé quiénes son pero no salga en 20 minutos ¿eh?’ Entonces sí, realmente nos enteramos después que eran familiares de este niño y después fueron por él como si nada a la escuela”, nos contó.

La experiencia de Karla refleja la realidad de lo que pasa en numerosas poblaciones a lo largo y ancho de México, que podría tener una conexión bidireccional, nos explicó la doctora en psicología, María de Lourdes Carrillo Árcega.

“Si yo fui criada viendo formas de violencia, eso seguramente lo voy a llevar a mi ámbito laboral. Entonces si me encuentro un jefe o jefa que me trate horrible, pues ahí me voy a quedar, yo estoy cerrando el círculo, ¿de qué manera uno se puede volver cómplice, no?”, se cuestionó.

La también maestra en psicoterapia nos explicó que aún falta investigación sobre de qué manera los microsistemas y los macrosistemas están unidos y cómo se conectan las conductas violentas que se pueden vivir en las familias con la violencia sistémica que azota al país.

Además, la especialista señaló que nosotros, como ciudadanía, también somos víctimas indirectas de esta violencia ante la exposición mediática “porque estamos atestiguando, desde otro lugar, la violencia” y eso puede llegar a provocar episodios depresivos, de ansiedad y síntomas de estrés post traumático.

Las expertas coincidieron en que la familia, los amigos y los vecinos son sistemas de contención emocional, pero también pueden ser de riesgo. De ahí deriva que la delincuencia y la violencia tengan una gran capacidad de virulencia en zonas pequeñas, aisladas y, por lo general, marginadas.

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