Reforma energética

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La propuesta de contrarreforma constitucional de las leyes energéticas ha puesto a la clase política en tensión. La presión está sobre todo en el PRI, que podría ser la bisagra que le permita al gobierno aprobar su ambicioso proyecto.

Públicamente, se dice que quienes no lo apoyen demostrarán que son unos vendepatrias y el pueblo les juzgará. Más en privado, se habla de expedientes judiciales que podrían – o no – ser abiertos en caso de que no haya cooperación.

Lo que sabemos es esto: especialistas de distintos espacios políticos y económicos han señalado que esta reforma le hará daño a nuestro país, y en particular a los consumidores.

¿Por qué? Sabemos bien, por experiencia, que todos los monopolios son malos, sean públicos o privados. Un servicio que no enfrenta competencia no tiene motivación ni para ser más eficiente, ni para innovar, ni para mejorar su atención. 

Pero es mucho más complejo que eso. Carlos Urzúa, quien fuera el primer secretario de Hacienda de López Obrador, explicó con claridad que esta reforma nos hará mucho daño. Y no está solo en su visión. Lo que se nos dice, por personas que entienden este tema, es lo siguiente:

Va a perjudicar a los usuarios. Quienes pagamos electricidad ya hemos visto un alza en los precios. Pero si esto es controlado mayoritariamente por la Comisión Federal de Electricidad de Manuel Bartlett será aún peor. Porque si hoy las opciones ya son limitadas, en el futuro podrían ser aún menores.

Además, la CFE es particularmente ineficiente en su producción de energía. Lo que les cuesta a ellos producir un watt es, según algunos cálculos, el doble de que lo que cuesta hacerlo con luz solar o de viento.

Así que si no suben los precios directos a la gente, sí tendrán que subir los subsidios, lo que igual nos cuesta a quienes pagamos impuestos. No hay nada gratis.

Por otra parte, la reforma privilegia a la energía sucia sobre la limpia, o sea, la que usa la CFE, como los combustibles fósiles. Eso debería alertar a los ambientalistas por el daño al medio ambiente, pero también a quienes han invertido en tener celdas solares.

Hay otro problema: el tratado de libre comercio firmado por este gobierno con Estados Unidos y Canadá fomenta las energías limpias. Dejarlas de lado y cancelar contratos puede tener un alto precio legal y por tanto económico para nuestra nación.

Así que es una reforma que daña el medio ambiente, que afectará la economía nacional y de las personas, alejará la inversión causando que no se creen empleos, y nos terminará afectando.

Sin embargo, según una encuesta reciente, casi el 70% de la población apoya la reforma. La gran mayoría de México piensa que es lo mejor para el país. 

No es un problema de la gente. Es un problema del discurso público y de la educación que hemos recibido. Una educación en la que todo lo que suene a patriótico nos emociona. Todo lo que parezca “independencia” nos parece genial.

Tiene que ver con los mitos que hemos creado en torno a la expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas y el supuesto “milagro económico” de los años sesentas. Es comprensible porque necesitamos héroes, necesitamos mitos y nos gustan los sueños nostálgicos de tiempos mejores. Es nuestra naturaleza.

Pero también es engañoso. Lo es porque el mundo de hace décadas era otro. La tecnología era distinta. La economía era otra cosa.

Hoy tenemos que cuidar el medio ambiente. Tenemos que irnos liberando del petróleo y el carbón. Debemos asumir que formamos parte de un mundo distinto, complejo e interdependiente. 

Las leyes actuales seguro se pueden mejorar. Pero recurrir a un patriotismo trasnochado, en el que todo lo externo es malo y solo el gobierno sabe lo que hace es simplemente demagogia.

Sin embargo convence a la sociedad. Este es el problema cultural de México

Amamos tanto nuestro pasado, que hemos dejado de pensar en el futuro.

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