Las marchas y el #MeToo sí han servido de algo, pero la violencia sigue

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Un día de noviembre de 2018, le enviaron por Whatsapp ligas a notas que lo acusaban de acoso. Era la segunda vez que Cristobal (nombre que nos pidió usar para mantener su anonimato) era señalado por una alumna de la universidad donde daba clases de fotografía. 

En el primer caso, hubo una queja por discriminar a una alumna trans, y en el segundo, se enteró por medios digitales que acosó a una alumna. Hablamos con él para saber cómo ha cambiado su vida tras las acusaciones.

Aunque Cristóbal asegura que las denuncias fueron falsas, la universidad donde trabajaba no le renovó el contrato para dar clases. En esa época él estudiaba una maestría de estudios culturales enfocada en género y asegura que motivaba a las alumnas a generar acciones como un tendedero del acoso, en el que denunciaron públicamente a otros profesores. 

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“En mi facultad había muchísimos casos de acoso de maestros, nadie les hacía nada porque eran sindicalizados. Hicimos el tendedero el 8 de marzo y tuvo mucho eco. Estuvo muy fuerte, pensé que no iban a decir nada pero el tendedero se llenó”, nos contó Cristobal.

Incluso asegura que tras esta acción, la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Chiapas envió una recomendación a la universidad, sin embargo no hay ninguna recomendación dirigida a la Universidad Autónoma de Chiapas por estos hechos.

Chivo expiatorio

Sobre el hecho de qué él esté fuera de la universidad y permanezcan profesores acusados en el tendedero, plantea que “de alguna manera tenían que encontrar un chivo expiatorio para demostrar que sí estaban actuando contra el acoso” y detalla que cuando él fue señalado, no existía un protocolo sobre violencia de género en la universidad; actualmente hay uno que fue impulsado por las alumnas.

Para Cristobal, el movimiento feminista es la única manera de llenar los vacíos en esta materia: “La universidad debería ser un espacio seguro para las alumnas, las acosan en la calle, las acosan en el transporte y llegan a la universidad y las acosan los profesores y alumnos, es el colmo”.

El cambio tras las acusaciones 

A casi cuatro años de estos hechos, reconoce que ha cambiado muchas cosas, pero dice que los hombres no pueden autodenominarse deconstruidos y en su caso sigue teniendo muchas actitudes machistas. 

Incluso admite que ejerció acoso: “El que diga ‘Yo nunca acosé’, está mintiendo. Yo en algún momento ejercí prácticas de acoso deliberadamente, pero también inconscientemente. Y cuando me cayó el veinte, dejé de hacerlo”.

Ahora entiende que le corresponde trabajar las masculinidades y no hablar desde el feminismo, el cual debe ser protagonizado por las mujeres, plantea. Por su formación, ha sido invitado a dar charlas sobre la deconstrucción, aunque admite que siente que no le corresponde hablar en contra del acoso pues se siente marcado por el estigma.

Sobre movimientos como #MeToo opina que fue necesario poner un alto “como fuera, era necesario ir señalando cosas que se siguen haciendo desde nuestra relación desigual con las mujeres, pero esa no puede ser la dinámica”, pues dice que dentro de Me Too hicieron acusaciones que, en su opinión, no eran violencias “serias”. Pone como ejemplo que se terminaron haciendo acusaciones sobre mainsplaining o de hombres que mantenían flirteos con dos mujeres al mismo tiempo.

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Aunque reconoce que en México “las denuncias no siempre proceden, por eso las mujeres siguen acudiendo al escrache en redes”. Considera que esta mecánica, en la que se exhibe en redes y no se llevan a cabo procesos formales, no hay reparación del daño ni acceso a la justicia. En su caso, él se quedó con el estigma de ser acosador y no pudo demostrar ante una autoridad no serlo. 

Tras estas experiencias, admite que ha cambiado cómo se relaciona con las mujeres: “Sí cambié mi manera de pensar y cuando interactúo con una mujer le dejo claro que mis acciones no son acoso, por ejemplo si le pongo el micrófono a alguien en una grabación pido permiso de tocarla y aclaro que es por trabajo”.

“No me quedo a solas con compañeras y menos en lugares a puerta cerrada. Esto es algo que no divulgo a los cuatro vientos, es más personal, eso ya lo entendí: que este tema debo trabajarlo más al interior de quien yo soy”.

¿Se puede dejar de ejercer violencia?

Hablamos con Ismael Germán Ocampo Bernasconi, consultor independiente en violencia de género, integrante de Tejido Da’doe, quien trabaja la deconstrucción de la violencia machista con hombres. Ocampo da intervenciones terapéuticas a hombres, en su mayoría enviados por una resolución judicial, con los que trabaja entre seis meses y un año en erradicar la violencia machista.

Desde esta experiencia, dice que es posible dejar de ejercer violencia, “dejar de ejercer mandatos machistas, misóginos, sexistas, homofóbicos. He podido identificar, y algunas investigaciones señalan que sí hay cambios en la forma en la cual los hombres se relacionan con las mujeres, con sus hijos e hijas, a partir de participar de procesos de intervención”.

Sin embargo, señala que la evidencia actual indica que estos cambios se revierten alrededor de tres años después de haber acudido a las intervenciones terapéuticas. ¿La razón? Ocampo asegura que si bien los hombres aprenden a reconocer sus propias violencias, después enfrentan la pérdida del vínculo con su propia masculinidad.

“Los compañeros que van a estos grupos tienen dificultad para construir otras formas de ser hombre, porque no hay referentes, entonces no logran generar vínculos de amistad con hombres que no sean machistas; no se sienten atractivos para conseguir nuevas parejas; todo eso genera frustración y eso tiene que ver con la ausencia de un marco social para encontrar caminos fuera de lo tradicional”.

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Para el consultor, los programas sí funcionan, aunque sea a corto plazo, y plantea como un éxito que los hombres puedan reconocer sus violencias, pues es algo que no sucede: “Están en los grupos y narran el hecho de violencia. Pueden decir ‘yo la agarré del pelo, la arrastré, la golpeé, la amenacé’, pero si bien hay ese reconocimiento, al mismo tiempo lo justifican”.

Así, plantea que en los grupos lo que se trabaja, es dónde puedan identificar y reconocer que ejercieron una violencia e incorporar técnicas para que no la vuelvan a ejercer.La mayoría de los hombres que van a este tipo de cursos llega por orden judicial o por una acusación, como las que ocurrieron dentro de Me Too, y no de manera voluntaria. Dice que ese movimiento sirvió para poner sobre la mesa el hecho de que muchas cosas estaban normalizadas como el acoso y el abuso de poder.

Evidenciar que eso es violencia ha llevado a tomar medidas como los protocolos de actuación que algunas empresas y organismos públicos implementaron tras las denuncias.

“Todos los protocolos en las universidades mexicanas vienen del 2017, lo que tiene que ver con las demandas de las mujeres. Si no hubiera sido por ellas, por el Me Too y las manifestaciones, pues nada de esto se estaría haciendo. Entonces, eso sí genera un cambio en los hombres”.

Reconoce que los grupos son como “un bache necesario en este momento de altos niveles de violencia, pero necesitamos trabajar a nivel más profundo, construir nuevos modelos culturales de la masculinidad” y plantea que las relaciones entre hombres y mujeres deben cambiar de raíz, pues muchos hombres han comenzado a actuar desde el miedo.

“El miedo no va a generar nada bueno a futuro, el miedo va a llevar al enojo”.

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