El precio de ser palestino

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Por Yasna Mussa

El conflicto palestino-israelí no es nuevo y se remonta al siglo XX, con raíces profundas en la historia y las tensiones territoriales en la región. Aunque las hostilidades se intensificaron en 1948, con la creación del Estado de Israel y la guerra árabe-israelí, las disputas sobre la tierra, la identidad y los derechos políticos se remontan décadas atrás. 

Cuestione presenta la crónica “el precio de ser palestino”, escrita por la periodista Yasna Mussa en el año 2017, para entender un poco este conflicto que ha experimentado múltiples enfrentamientos militares, negociaciones de paz fallidas y episodios de violencia, dejando un rastro de sufrimiento humano y una situación geopolítica compleja y sin resolver en Oriente Medio. 

De Palestina a Brasil

FOTO: REUTERS.

Jamal es un refugiado palestino que sabe de esperas y de viajes. Se pasea nervioso en el aeropuerto Guarulhos de São Paulo (Brasil). Camina frente al mostrador de la línea aérea KLM esperando una respuesta que puede cambiar su vida. Hace dos días que llegó a la  metrópoli brasileña esperando que sea solo una escala que le permita conseguir un vuelo a Malasia, uno de los pocos países donde los refugiados palestinos no necesitan visa. 

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—No vale la pena arriesgar tu vida por este viaje, Jamal, no vale la pena.

Jamal recuerda la advertencia de uno de sus hermanos mayores cuando le confió por teléfono su plan para salir del Líbano. Wissam se aventuró en lo que más tarde catalogaría como la experiencia más horrible de su vida. «No vale la pena Jamal», le advirtió insistente por teléfono. Jamal, el más pequeño de los siete varones Zaiter, conoce en carne propia los dolores de ser apátrida en todas sus dimensiones. Su propia familia está repartida en tres continentes. 

Cuando se bajó del avión que lo trajo desde Beirut, Jamal se sintió perdido en este monstruo que es Sao Paulo, la ciudad más grande de Sudamérica. Pero llegó casi de noche al aeropuerto brasileño y como no lograba comunicarse con nadie en inglés, optó por dormir en las sillas del terminal aéreo. 

Dar la vuelta por Sudamérica no ha sido una decisión azarosa. Brasil es sinónimo de muy pocas cosas para un palestino: fútbol, playas, música; clichés positivos, que no adelantan gran cosa. Pararse frente a lo desconocido, descubrir los olores y sabores de un nuevo territorio suelen ser motivos de entusiasmo para cualquier turista. Pero cuando se es refugiado esas primera horas en tierras ajenas solo generan ansiedad por saberse a salvo, en el destino final.

Es el 2014 y Jamal decide tomar un avión para evitar ser uno de los más de tres mil que han muerto ahogados este año intentando cruzar el Mediterráneo. Son civiles que quedaron atrapados en esa política internacional que naufragó junto con los barcos que los  transportaban. 

FOTO: REUTERS.

Esas víctimas se parecen a Jamal, huyen por las mismas razones, pues en la guerra la muerte es casi la única certeza. Se arriesga lo poco que se posee porque al menos esa huida les da la posibilidad de vivir. Jamal quiere tener esa posibilidad.

Encontrar un país que lo reciba es tan difícil y excepcional como ganarse el premio mayor de la lotería, y Jamal sí que lo sabe. Brasil apareció dentro de sus alternativas cuando se enteró de que el Gobierno de Dilma Rousseff tenía un dispositivo de asilo a refugiados único en el mundo. 

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Desde el 2013 se adoptó un decreto del Ministerio de la Justicia que permite a cualquier residente de Siria, sea un nacional sirio o un refugiado palestino, pedir una visa humanitaria, permitiéndole viajar de forma legal. Es decir, directamente en avión y sin arriesgarse más de lo necesario.

Una vez en el país más grande de Suramérica, un palestino como Jamal, puede pedir el estatuto de refugiado como lo han hecho otros cinco mil sirios que hoy cuentan con las facilidades del visado en un contexto donde hay más de sesenta y cinco millones de personas buscando refugio y los organismos internacionales como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) aseguran estar frente a la crisis de desplazados más grande desde la Segunda Guerra Mundial.

Pagar o morir

Jamal está deprimido. Han pasado tres días desde que volvió al Líbano y su padre ha muerto. Es marzo del 2014. Sin trabajo, sin hogar, sin papeles ni futuro. La guerra no es solo estar bajo las bombas. Muchas veces, también es la desesperanza aprendida.

De regreso al campo de refugiados libanés Ain al hilweh, de donde es originaria su madre Zahia, en la ciudad de Saida, no sabe qué hacer. Es difícil encontrar trabajo en un país donde a los refugiados palestinos se les prohíbe ejercer 72 profesiones, entre ellas las de médico, profesor y periodista. 

Jamal, que estudió Química Industrial en Siria, es un desempleado más por causa de las condiciones libanesas. Gran parte de sus amigos han invertido todo su dinero, lo poco que han recuperado en sus devastadas casas, para lanzarse a las rutas clandestinas que solo se conocen cuando ocurren desgracias. 

FOTO: REUTERS.

Incluso en las peores pesadillas, hay alguien lucrando y sacando provecho de la desesperación. El tráfico de migrantes funciona como cualquier empresa trasnacional. Según informes de Naciones Unidas, este negocio ilegal puede significar siete mil millones de dólares en ganancias a los contrabandistas.

Medio Oriente es una región que está en el imaginario colectivo como sinónimo de guerras, conflictos y muerte. Más de la mitad de los refugiados en el mundo proviene de ese rincón del planeta.

Por eso los hermanos de Jamal se adelantaron. Los mayores Mohamed y Ahmed, partieron a Abu Dabi, capital de Emiratos Árabes Unidos, antes de que comenzara la guerra en Siria. Luego fue el turno de Raed. A través de contactos consiguió una visa falsa para llegar a Libia, pagando casi $5,000 dólares. 

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Incluso para arriesgar la vida hay que tener recursos. Un pasaporte falso con una visa adulterada puede costar unos mil quinientos dólares. Es una cadena de estafas que vulnera aún más las precarias condiciones de los supervivientes de las guerras. Algunos refugiados han pagado $2,000 dólares por dos asientos en un bote inflable con capacidad para 15 personas, con salvavidas incluidos.

Durante meses Jamal tuvo que pagar multas mensuales hasta que se dio cuenta de la falsa promesa. Prefirió irse de Emiratos Árabes Unidos y al salir fue obligado a pagar una multa de $3,000 dólares.

Cuando preguntó a las autoridades por qué no obtuvo la visa la respuesta fue clara: «No queremos palestinos acá».

El sabor del exilio

La historia de Jamal está marcada por el exilio. También la de sus seis hermanos, sus padres, abuelos, tíos y primos. Se podría armar un gran árbol genealógico de refugiados. Ya son cuatro generaciones obligadas a vivir repartidas por el mundo y sin derecho a retornar a su hogar: Palestina.

Naciones Unidas estima que la cantidad de refugiados palestinos alcanza casi los seis millones. Dos veces la población de Jamaica. Los palestinos tienen el triste récord de ser el grupo de población que durante más tiempo ha permanecido como refugiada, además de ser la comunidad más numerosa. 

Los eventuales nietos de Jamal también lo serán, pues hasta la quinta generación se considera refugiada, entrando en una lista que no hace más que aumentar cada año. El día que marcó el destino de los palestinos se conoce como Al Nakba, que en árabe significa la catástrofe. 

FOTO: REUTERS.

Fue el 15 de mayo de 1948 cuando se creó el Estado de Israel. Meses antes, Naciones Unidas había adoptado un plan de partición de la Palestina histórica a través de la Resolución 181/11, que considera la creación de un Estado para los judíos en el 55% de los territorios y uno para los palestinos, en el 45% del área restante, aun cuando los árabes eran la mayoría de la población nativa. 

Jerusalén, esa ciudad a la que consideran santa y emblema de las tres religiones monoteístas más importantes, quedaría bajo un estatus internacional. El proceso que precedió la creación de Israel estuvo marcado por la violencia. 

Las imágenes de horror se parecen a las que se reproducen hoy gracias a la tecnología, pero que en aquel entonces quedaron registradas en la memoria colectiva de un pueblo. Cientos de miles de personas fueron expulsadas. Entre 1947 y 1949, al menos 50,000 palestinos se convirtieron en refugiados. Las nuevas fuerzas sionistas destruyeron  aldeas y ciudades, asesinaron a unos 15 mil palestinos en medio de unas setenta masacres. 

Una de las más recordadas fue la de Deir Yassin, el 9 de abril de 1948, donde asesinaron y torturaron a unas doscientas cincuenta personas. El plan consistía en generar terror entre la población palestina por lo que el nivel de crueldad llegó a extremos: 52 niños fueron mutilados delante de sus madres. Después los asesinaron y los decapitaron. Sus madres corrieron la misma suerte. 

La noticia se difundió rápidamente y aceleró la huida de sus pueblos y aldeas. El despojo está en los cimientos de este conflicto. La gran mayoría salió con lo puesto y se instaló en los países fronterizos: Líbano, Jordania y Siria recibieron la mayor cantidad de esos refugiados. 

Salvo excepciones, la mayoría de los palestinos permanecen sin un pasaporte más que el documento entregado por la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y que tiene atribuciones muy limitadas. El mismo con el que viajó Jamal. En muchos países no pueden ejercer determinados trabajos, ni acceder a ciertos centros de estudios y mucho menos comprar una propiedad.

Aunque hayan nacido en el país donde se refugiaron sus padres e incluso su acento se parezca más al de la tierra donde habitan, siempre serán palestinos, es decir, extranjeros. 

Por eso, para ellos el anhelo es volver. Volver incluso si jamás han estado. Porque sus recuerdos, el sentido de pertenencia, la llave que atesoran como prueba invaluable de su origen, solo encaje en esa puerta del que alguna vez fue su hogar, en Palestina.

FOTO: REUTERS.

El derecho al retorno ha estado presente en cada una de las demandas y negociaciones de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) ante todos los gobiernos de turno de Israel. «Si salimos de Palestina, a Palestina debemos volver», es lo que afirman los refugiados. Es lo que también dice Jamal.

En medio de los escombros, de amigos muertos, de desesperación, la familia de Jamal decide dejar Siria en el 2012 y partir nuevamente al exilio, pero aún sin poder volver a Palestina. Solo les queda como opción el Líbano. El campo de refugiados de Ain al Hilweh, el más grande del país y donde creció y vive la familia de Hassan, el padre.

Ahora la segunda lengua de Jamal es el portugués pero se comunica con su familia en árabe.

Yasna Mussa

*Estudió Periodismo en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, ciudad donde vivió durante una década. Ha jurado por lo más sagrado que no volverá a mudarse de casa, pero no puede evitarlo. En los últimos cinco años ha pasado por 20 apartamentos distintos en tres continentes. Ha aceptado su espíritu nómada casi tanto como su dispersión, por lo mismo apuesta a trabajar como freelance.

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