Cuando uno piensa en los alcances de la guerra en plena globalización uno imagina una conflagración armada de alcances planetarios, mayor aún que la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la invasión rusa a Ucrania en curso muestra que, dependiendo de los involucrados, el impacto global puede ser desastroso aún sin ser armado.
Las consecuencias geopolíticas también son amplificadas cuando uno de los participantes es una potencia mundial. Por ejemplo: ¿recuerdan a aquel dictador peligrosísimo, Nicolás Maduro, del cual escuchamos muy poco últimamente? Pues ahora resulta ser de mucha importancia para el gobierno estadounidense.
El gobierno de Maduro recibió una misión negociadora estadounidense que consiguió finiquitar la liberación de dos estadounidenses que estaban presos en Venezuela por corrupción y, además, habrá negociado la reactivación de importación de crudo venezolano a los Estados Unidos.
Mientras que el valiosísimo héroe civil, Juan Guaidó, recibió un revés al ya no ser reconocido como el interlocutor del gobierno estadounidense (en su “presidencia interina”) esto ha sido aprovechado por Maduro para lanzar un llamado a la reconstrucción nacional, eso sí, a su modo.
No es fortuito que la noticia sobre las negociaciones en Venezuela aparezca el mismo día en que el presidente estadounidense, Joe Biden, anunció la suspensión de importación de petróleo a su país.
Esta medida, según el propio Biden, tiene el objetivo de “no financiar la invasión a Ucrania”. Sin embargo, la decisión tiene más como objetivos el demostrar al mundo y a los votantes estadounidenses que el gobierno es muy serio con respecto a cortar el flujo financiero a Vladimir Putin.
Esta es una arriesgada apuesta por parte del gobierno estadounidense debido a que ese país consume menos de 3% de la producción de crudo ruso, así que el costo de la restricción de importación lo pagarán los estadounidenses en el precio de la gasolina y el resto del mundo debido a la especulación en el precio internacional del petróleo.
De tal manera que la decisión estadounidense (no secundada por mayores consumidores de petróleo ruso como Polonia y Alemania) puede no sólo representar la puntilla a la popularidad del presidente estadounidense (ahora en un mínimo histórico de 33% con una inflación de 7.5% en el mes de enero pasado) sino una catástrofe política para el Partido Demócrata en las próximas elecciones intermedias del mes de noviembre, así como la reactivación de la economía (y por lo tanto influencia) del gobierno venezolano y el otorgamiento de una valiosa carta a la mano iraní en las negociaciones para el restablecimiento del acuerdo de limitación nuclear para con aquel país.
De manera que la invasión rusa a Ucrania, que pudo haberse evitado con una postura menos obcecada del gobierno de Volodimir Zelenskyy, desafortunadamente la pagará el pueblo ucraniano con creces, pero también el resto del mundo al intentar contener a Rusia (especialmente Europa y América) dándole alas a países como Venezuela e Irán.
Desde lo lejos, mientras tanto, observan India, China, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos relamiéndose los bigotes.
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