A seis años de la masacre de mexicanos a manos del ejército egipcio, los sobrevivientes esperan justicia

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Hace seis años, el ejército egipcio acribilló a un grupo de turistas mexicanos que buscaban crecer espiritualmente. Los confundieron con terroristas, les dispararon misiles y balas durante 45 minutos y después los dejaron desangrarse en la soledad del desierto.

En el segundo ataque del helicóptero “me cayó el veinte, los militares nos querían matar. Era imposible pensar en correr porque era como firmar nuestra sentencia de muerte”, nos contó Juan Pablo García, uno de los mexicanos sobrevivientes de la matanza.

Egipto culpó a los turistas de meterse en donde no debían pero dos Relatorías de la ONU reconocen que fue una masacre y que ese país debe responsabilizarse. Sin embargo, apenas es un primer paso hacia la justicia.

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El ataque

En septiembre de 2015, Juan Pablo García era un joven abogado haciendo carrera en el Poder Judicial Federal

Estaba a punto de hacer un viaje espiritual a Egipto para crecer personalmente y pedir por la humanidad, y también para consumar un asunto pendiente con su niño interior: visitar ese desierto imponente resguardado por obras milenarias que siguen ahí a pesar de siglos de tormentas de arena.

Un día antes de tomar el vuelo, Juan Pablo se quedó hasta tarde en la oficina para no dejar ningún pendiente laboral. Observó el piso, los muebles, el techo. Era el espacio de trabajo en el que reía y daba consejos a sus compañeros, pero también donde vivía mucho estrés. 

“Antes de cerrar la puerta, me dije: Juan Pablo, ‘este viaje es tan especial que no vas a llegar siendo la misma persona’. No sabía el poder que iban a tener estas palabras”, nos platicó García antes de recordar el ataque que vivió en medio del desierto.

Juan Pablo disfrutaba su trabajo pero su vida ya había tomado un camino paralelo, más enfocado en el desarrollo humano. Mientras resolvía sus asuntos profesionales también comenzó a explorar la psicología positiva y el bienestar espiritual.

En este viaje de autoconocimiento conoció a Marisela Rangel, “una mujer muy preparada en el tema espiritual”. Ella organizaba estos viajes a Egipto “con la intención de conectar desde el plano del amor, para llevar altas frecuencias al mundo y la humanidad”. 

Era el décimo tercer viaje organizado por Marisela. Incluía un recorrido por una zona que se conoce como el desierto blanco. Donde el tono amarillo de la arena, se torna pálido y el espacio está rodeado por montañas erosionadas por el paso del tiempo. 

En el tercer día en Egipto, los turistas mexicanos iban a bordo de cuatro camionetas todo terreno, acompañados por guías y choferes egipcios. Antes de llegar al desierto blanco compraron gasolina para no quedarse sin combustible en medio del desierto y también pasaron por tres filtros militares. Les pidieron su documentación y el itinerario de viaje y las tres veces les autorizaron el paso.  

“El guía que había acompañado a Marisela en otros viajes, nos contaba que por ser un país militarizado las reglas podían cambiar de un momento a otro. Si de repente nos decían que no se podía realizar tal recorrido, no se podía cuestionar”, nos contó Juan Pablo.

Después de los tres retenes, se introdujeron en el desierto y luego de un par de kilómetros escalaron una gran duna. Al descender de ella hicieron una parada para preparar el almuerzo. 

Era mediodía. Colocaron las cuatro camionetas para crear un rectángulo en el cual pudieran llevar a cabo las labores de cocina. También colocaron un toldo para cubrirse del sol. 

Mientras tanto, el grupo de turistas comenzó a disfrutar de la experiencia, a inspeccionar con asombro las grandes cantidades de arena que presentaba el horizonte. “Nos tomábamos fotografías, estábamos muy muy contentos de estar experimentando ese lugar y ese paisaje”.

No pasaron ni 15 minutos en esta experiencia cuando Juan Pablo escuchó el sonido de un avión e inmediatamente después “algo que se proyecta y se impacta en una de las camionetas. Esto generó una ola expansiva que provocó explosiones y levantó la arena”.

Era un misil. Mientras se disipaba la arena, Juan Pablo pudo ver los daños que provocó la ola expansiva: una camioneta se incendiaba, los bidones de gasolina aceleraban el fuego, los cuerpos de sus compañeros de viaje estaban tendidos en la arena. 

“Muy confundidos, nos refugiamos en este rectángulo que era como nuestra zona de seguridad entre esa gran extensión de arena. Ya no había toldo, estábamos al descubierto y viendo el recuento de los daños, es decir, quienes seguíamos vivos”. 

Juan Pablo nos cuenta que el estado de shock era tan grande que “nada más estábamos esperando otra cosa, sin saber exactamente qué. Quienes todavía tenían su teléfono en la mano trataron de comunicarse para pedir ayuda, pero no había señal”.

Diez minutos después, se escuchó el sonido de un helicóptero. “Sentí mucho alivio porque pensé que llegaba el rescate”, sin embargo luego notó que era de características militares, con los tonos típicos para camuflarse en la arena.

Algunos guías y turistas sobrevivientes se quitaron la playera blanca y comenzaron a ondearla en son de paz, pero la respuesta fue una nueva ráfaga de balas

“Justo en ese momento me cae el veinte de lo que estaba pasando. Ahí me di cuenta que los militares nos querían matar. No había refugio. Nuestra zona de seguridad fue cada vez más dañada y era lo único que teníamos. Era imposible pensar en correr a la carretera, porque era como firmar nuestra sentencia de muerte”.

En ese momento Juan Pablo llevó a cabo lo aprendido en el camino espiritual que había decidido tomar en años anteriores. Primero pensó en su madre, luego conectó con la esperanza de salir vivo de ahí y tuvo un diálogo personal con Dios. 

Ocurrieron cinco nuevas ráfagas desde el helicóptero. En la penúltima embestida, aventaron una bomba que emanó “un gas negro muy denso, que al momento de respirar sentía que me quemaba por dentro”. 

Debido al humo negro, quienes aún seguían vivos, salieron de la zona de seguridad y corrieron por instinto de supervivencia hacia la gran duna, en la vastedad del desierto. “Ahí quedamos expuestos totalmente. Pasa otra ráfaga que me genera heridas muy graves”.

Una bala atravesó su fémur derecho. Otra atravesó su costado derecho y colapsó uno de sus pulmones. El humo negro le generó quemaduras de tercer grado en distintas zonas del cuerpo. Se le reventaron los oídos y se le incrustaron una gran cantidad de esquirlas. 

Pasaron muchas horas antes de que llegara el rescate. Juan Pablo recuerda que vivió muchas emociones. Por un lado, sentía que necesitaba estar tranquilo para sobrevivir, para no desangrarse y mantener su mente en calma. Pero por otro lado, estaba preocupado porque no podía hacer nada por sus compañeros heridos. No podía ni levantarse, solo escuchaba cómo se iban despidiendo algunos de ellos. 

“Sentía mucho dolor, muy en carne viva todo lo que ocurría pero no me sentía morir. Entonces nuevamente hago esta comunicación con Dios. Y en ese momento una voz me dice: ‘darás testimonio de lo que ha ocurrido’. Fue un mensaje claro. Asumí que no me iba, entendía la razón por la que me quedaba”. 

Las horas siguientes Juan Pablo se enfocó en su respiración, atento a los sonidos que venían del desierto. Cinco o seis horas después de la última ráfaga se aproximó una camioneta, “pensamos que eran ellos, para rematarnos”. 

Juan Pablo piensa que quizás era personal del hotel en el que pasarían la noche. “Solo se tocaban continuamente la cabeza. Miraban al cielo y decían cosas en árabe. Nos ven y se suben a la camioneta. Siguen por la duna y se dirigen a la carretera”.

Cuando estaba a punto de oscurecer, llegó un convoy con autoridades egipcias. Revisaron el área y comenzaron a ayudar a las personas. También se acercaron al cuerpo de Juan Pablo. Lo miraron a los ojos y luego dirigieron su vista hacia las piernas. 

“Me comenzaron a dejar. Empezaron a subir a los demás. En ese momento sentí como si me hubiera desprendido porque comencé a ver la escena sentado en una sala de cine. Me convertí en un mero observador”.

Juan Pablo recuperó la conciencia a través de un fuerte aliento, como cuando recuperas el aire después de estar mucho tiempo debajo del agua. Regresó al desierto sintiendo el dolor, pero con una energía “que no sé de dónde agarré” que lo hizo incorporarse con la poca fuerza que le quedaba en los brazos. “Me voltean a ver y es cuando me levantan y me suben a una camilla”. 

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La noticia

El 14 de septiembre, mientras en México nos preparábamos para celebrar una vez más la Independencia, llegó la noticia de que un grupo de turistas de nuestro país había sufrido una masacre en el lejano Egipto. 

Murieron ocho personas, entre ellas Rafael Bejarano Rangel, Vanessa Ramírez Letechipia, Israel Gonzalez Delgadillo, María Elena Cruz Muñoz, María de Lourdes Fernández Rubio y Gabriela Chávez Overhage. Y sobrevivieron seis, entre ellas: Marisela Rangel, Gretel Overhage y Juan Pablo García.

De acuerdo con el reporte de la BBC, el ataque se produjo desde un avión y un helicóptero, desde los cuales lanzaron bombas hacia el lugar donde estaban los turistas, quienes se habían detenido a descansar en un oasis.

En ese entonces el presidente Enrique Peña Nieto publicó en Twitter. “México condena estos hechos en contra de nuestros ciudadanos y ha exigido al gobierno de Egipto una exhaustiva investigación de lo ocurrido”.

El gobierno egipció afirmó que el grupo de camionetas entró en una zona restringida y que fue hasta después de abrir fuego que descubrieron que los vehículos eran de civiles y turistas.

Una fuerza conjunta de la policía y el ejército que perseguía elementos terroristas en la zona de oasis del Desierto Occidental esta noche, accidentalmente se encontró con cuatro vehículos que pertenecían al grupo de turistas mexicanos”, dijo el comunicado.

Durante las tres horas de camino entre el lugar del ataque y el hospital, Juan Pablo pensó que solo daban vueltas en círculo y que en cualquier momento alguien abriría las puertas y lo mataría. 

Cuando abrió los ojos estaba en una habitación de terapia intensiva. Entubado. Trató de ubicarse para saber en donde estaba. Poco a poco fue recuperando la voz. Recibió visitas diplomáticas. La directora del hospital le dijo que estaban muy apenados y que eso no debió haber ocurrido.

“Por las fechas yo había pedido una bandera de México en el cuarto. Me la llevaron. La colocaron. De alguna forma estaba cerca de México en ese momento”.

El 14 de septiembre lo visitó el embajador de nuestro país en Egipto, Jorge Álvarez Fuentes. El 15 lo visitó la secretaria de Relaciones Exteriores, Claudia Ruiz Massieu. El 16 llegó su hermano y el 18, después de dar declaración de lo sucedido y otros procedimientos legales, regresó a México en un avión del Estado mexicano.

“Viajé en condiciones muy precarias. Incluso le dijeron a mi hermano ‘hay mucho riesgo con tu hermano pero ustedes deciden’. Yo sentía que si me quedaba en Egipto el riesgo sería mayor. Le dije ‘vámonos, no me quiero quedar aquí’”. 

Los siguientes meses, Juan Pablo estuvo hospitalizado en el Instituto Nacional de Rehabilitación. No perdió la pierna gracias a una barra de titanio. Recuperó la oxigenación gracias a la terapia intensiva pulmonar. Sus quemaduras fueron atendidas “y las esquirlas que pudieron salir, salieron, porque ahorita si me toman una radiografía de cuerpo completo parezco un árbol de Navidad, brillo por todo lo que tengo adentro”.

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El presente

Casi seis años después del suceso, Juan Pablo sigue teniendo secuelas al escuchar un ruido extraño. Cuando escucha cohetes o algo se cae de manera abrupta, o incluso cuando vive una situación nueva fuera de su rutina, se mantiene en un estado de mucha preocupación, como si esperara lo peor una vez más, se altera y su corazón se acelera. 

Ha encontrado la manera de combinar la terapia psicológica con su búsqueda espiritual para sanar, para estar tranquilo y decirse que ya no está en el desierto. “Enfocándome en lo positivo, estoy vivo, puedo caminar”, nos cuenta Juan Pablo. 

También casi seis años después, la ONU ya reconoció la responsabilidad del Estado egipcio en la masacre de los turistas mexicanos. 

“No existe evidencia de que el Estado haya tomado medidas para verificar, antes del ataque, las identidades de las personas a las que tenían como objetivo, con una falla subsecuente en la determinación del estatus de población civil de las víctimas y con falta de debida diligencia en la operación”, dice su comunicado.

Además, menciona que en el curso de la operación militar no hubo resistencia ni acción por parte de los atacados y aún así, la fuerza continuó de manera excesiva y sin moderación. 

Las Relatorías anti terrorismo y anti tortura de la ONU, le pidieron a Egipto información sobre las investigaciones judiciales así como pruebas de entrenamiento para las autoridades militares y que esto no vuelva a ocurrir, planes para la reparación integral con las víctimas y el compromiso de que va a reconocer su responsabilidad

Platicamos con Víctor Rodríguez Rescia, presidente del Centro de Derechos Civiles y Políticos con sede en Ginebra, Suiza y defensor de los turistas mexicanos, quien nos aseguró que es indignante que se confunda a un tour de carácter espiritual con terroristas.

“Si hubieran sido terroristas, inclusive no es legítimo ejecutar a personas ya sometidas o entregadas. En este caso era absurdo, no había razones para masacrarlos de esa manera durante 45 minutos”, nos dijo Rodríguez Rescia.

Y agregó que existe la posibilidad de que los militares se hayan dado cuenta de su error cuando los turistas ondearon sus camisetas blancas, pero volvieron a disparar para ocultar su falla porque en ningún momento bajaron a rescatarlos.

Además de la masacre, el Estado egipcio revictimizó a los sobrevivientes porque establecieron que ellos fueron responsables, no un protocolo militar. 

“Nos molesta no solo la masacre sino la cobardía de un Estado de no reconocer su responsabilidad. No hacen una investigación adecuada. Hicieron una investigación en el fuero militar y acusan y responsabilizan a la agencia de viajes, pero es una entidad civil y hay una impunidad total porque no hay una investigación ni disciplinaria ni penal contra los militares encargados del operativo”.

Rodríguez Rescia asegura que ahora sigue esperar a que Egipto pida perdón, “que sea un Estado humilde y reconozca su responsabilidad”, ya que hasta ahora no lo ha hecho y, al contrario, ha dicho que “fue culpa de ellos ir hacia un escenario de muerte. Eso no es un Estado respetuoso de Derechos Humanos”. Incluso, ha permitido que el lugar de la masacre ahora sea un punto turístico.

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Cada quien tiene su propio desierto

Juan Pablo nos confiesa que “es una gran bendición que haya quedado gente viva (después de la masacre) y que tengamos la oportunidad de dar testimonio, porque si no la versión de la historia hubiera sido muy diferente”. 

Y agregó que es de la opinión de que las adversidades nos dan la oportunidad de ser una mejor versión de nosotros mismos. 

“Me tocó vivir una experiencia surrealista que no le deseo a nadie, pero cualquier situación se puede superar de la misma manera. En eso me he ocupado”, nos dijo.

Agradece que ya pudo correr una carrera cuando hubo un momento en el que ni siquiera podía imaginarlo. Aprecia el proceso que vivió para volver a caminar y el apoyo incondicional de su familia y pareja. 

De esa misma manera, agradece la posibilidad que tiene de poder hacer justicia. “El proceso con la ONU y los relatores fue impactante, conectó con muchas cosas, sentir la justicia da una sensación de paz como nunca”. 

Asegura que salir de aquel desierto cambió su perspectiva para siempre. Cuando recibía reveses en su recuperación, pensaba que si había podido sobrevivir a aquel suceso podría enfrentar cualquier obstáculo. 

Aprendí que mi mente estuviera optimista para que mi recuperación fuera más pronta. A no desesperarme. Aprendí a ser paciente. A celebrar cada paso que daba, el día que me levanté, el día que comí por mí mismo, el día que me bañé por mí mismo, todo era motivo de mucha celebración para mí”, nos dijo. 

Ahora escribe un libro sobre la masacre. “Más que compartir la experiencia, quiero compartir que la vida es posible después de una situación así. Cada uno de nosotros atravesamos nuestros propios desiertos personales. Ninguno es pequeño, cada quien lo vive bajo sus propios recursos, bajo su propia cosmovisión de vida y así como resuelven”. 

Su vida dio un giro que le ha permitido liberarse, ser más transparente y congruente con lo que comulga.

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Esto no debería suceder jamás

Víctor Rodríguez Rescia, presidente del Centro de Derechos Civiles y Políticos, nos cuenta que el fondo del asunto es que esto no le vuelva a ocurrir a nadie.

Egipto debe reconocer los hechos, pedir perdón y reparar los daños que correspondan, para que no haya repetición. Y la declaración de la ONU “es el primer paso en la ruta correcta”. 

“Fue un acto de cobardía. El primer error se puede entender pero no el segundo ni el tercero. 45 minutos de ataque contra civiles es una masacre injustificable. Violaron también las convenciones de Ginebra para asistencia y rescate para el derecho a la vida de los combatientes, pero en este caso ni siquiera eran combatientes. Los dejaron morir”, nos dijo Rodríguez Rescia.

Para Rodríguez, el Estado egipcio violó todos los protocolos básicos de la guerra, “y esto ni siquiera era una guerra. Cuando una persona es sometida y se rinde, no se le tortura ni se le ejecuta, se le salva, es una cuestión de honor”. 

Juan Pablo nos compartió que fue doloroso escuchar que se les acusaba a ellos, los turistas, de haber entrado a una zona prohibida. “Eso duele. Duele porque hay muertos. Me tocó ver en carne propia cómo alguien perdió a su madre, a su hijo, a su marido. Todo eso pesa muchísimo. Sigue doliendo y por eso es tan importante que se haga justicia”, nos dijo.

Y concluyó que es importante que se aprenda la lección, no solo en Egipto, sino en el mundo. “No es por una cuestión personal, también beneficiaría a las naciones porque generaría un precedente para que haya protocolos, para que haya consecuencias si se violan los derechos humanos”.

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